La historia inolvidable.

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Esta es la escena: una mujer atractiva, segura y decidida, con tan solo pocos meses de haber llegado como inmigrante a los EEUU, acaba de regresar de un encuentro romántico.

 

El cielo azul y despejado, la arena fina y blanca en los pies y las aguas cálidas de las playas de Miami Beach, fueron el paraíso terrenal perfecto para el segundo encuentro con su amor.

 

Este no era un encuentro más.

 

No solo contiene la expectativa, los nervios y la excitación propia de los encuentros de una relación a larga distancia. 

 

También tiene un sabor de reconciliación, después que ella descubriera que él no era el soltero 100% disponible que ella había imaginado en el pasado. 

 

Él ya tenía un hijo a quien visitaba con frecuencia en la fría y lejana Rusia.

 

Y aunque cuando ella lo supo se sintió engañada y decepcionada, parecía que ahora todo conspiraba para que ellos pudieran reencontrarse, borrar todo el pasado y empezar de cero nuevamente.

 

¿Cómo podía ser una simple casualidad que ella ahora estuviera viviendo allí, en Miami, el lugar donde justamente el vuelo de él haría una gran escala?

 

¿Quién podría dejar pasar la oportunidad de recortar millas de distancias y océanos de por medio en un momento de intimidad en el que las palabras sobran?

 

¡Parecía que todo conspiraba a favor de darle una segunda oportunidad al amor! A su amor.

 

Él. Un hombre que con una carrera exitosa de gobierno, su galería de imágenes exquisita de sus frecuentes viajes alrededor del mundo y su acento inglés (¡el acento ingléssss!) cumplía todos los checks de su lista.

 

¡Por fin un hombre compatible, no solo en la cama, sino intelectual y profesionalmente! 

 

Por fin, un hombre viajado, culto, ¡de mundo! 

 

Y hasta el hijo secreto que le dolió tanto al principio, ahora le hacía ver como un hombre sensible, con mejores sentimientos y muy responsable. ¡No todo padre viaja internacionalmente a ver a su hijo!

 

¿Ya tienes en mente ese hombre (s) a quién le has dado una segunda o tercera oportunidad? ¿Ese que aunque intelectualmente sabes que NO se la merecía, se la terminaste dando y hasta le hiciste el favor de justificarlo?

 

“Quizás tenía miedo de decirme algo tan delicado”. 

“Es que esa ex de él era muy posesiva y celosa y eso lo dejó con miedo al compromiso”.

“Es que acaba de salir de una relación complicada y quiere llevar las cosas con calma”.

 

 

Pero cuando ella solo días después de ese encuentro que le devolvió la esperanza de que esta vez SÍ sería diferente descubrió a través de un post de Facebook (al cual llegó “stalkeando”.

Sí. Todas hemos stalkeado más de lo que nos atrevemos a admitir),

Que él, el hombre de su check list, no solo tenía un hijo, sino que estaba CASADO. 

Si. Con C MAYÚSCULA. CASADO con la mamá de ese niño…

 

Entonces allí ella no pudo seguir jugando el papel de la cool ni la evolucionada.

 

 

Esta vez NO.



Esta vez no pudo disimular la rabia que sentía por haber caído ingenuamente en sus mentiras, una vez más.

 

No pudo maquillar la tristeza tan gris que la poseía de ver cómo esa “relación a distancia” solo existió en su cabeza.

 

No encontró un hoyo en la tierra lo suficientemente grande que se la tragara y la escondiera de sus amigas y así no pasar la vergüenza cuando ellas se enteraran del verdadero final de su historia de amor.

 

Esta vez no tuvo otra opción que admitir que esto no tenía nada que ver con él. 

Porque aunque cambiaran los nombres y los lugares, la historia había sido siempre la misma porque la protagonista seguía siendo la misma.

 

La protagonista siempre dejó que las emociones y las hormonas tomaran las decisiones en su vida amorosa y no sus estándares y valores de vida. 

 

La protagonista no se atrevió nunca a hacer las preguntas correctas, incómodas  pero necesarias para no pasar por intensa o too much.

 

Y la verdadera razón fue porque ella, a lo largo de su vida escogía a sus parejas desde su miedo más profundo:

El miedo a la intimidad real.

 

Esa en la que permitimos ser vulnerables y nos desnudamos no el cuerpo, sino el alma.  

Allí, en la intimidad del alma es donde ya no podemos seguir siendo tan perfectas, civilizadas ni mucho menos tan relajadas.

 

Allí nos permitimos mostrarnos raw, sin filtros. A veces inseguras, celosas y viscerales, como cualquier otra mujer. 

 

Y por eso, aunque ella decía estar buscando pareja y su soltería parecía un misterio sin resolver, allí, viendo la película entera de su vida amorosa, ENTENDIÓ que estos hombres emocionalmente NO DISPONIBLES, por una razón u otra, era el match perfecto para ella. 

 

Porque su miedo a la intimidad era tan grande que inconscientemente la hacía escoger a estas parejas que no podían ofrecerle nada REAL. 

Nada donde tuviera que ser vulnerable. 

Nada donde pudiera apegarse sanamente.

Con ellos, aunque al final terminaba triste y vacía, al menos estaba segura.

Estaba a salvo.

 

Y aunque el día exacto en el que se cayó “la pirámide del amor” (como después se referiría chistosamente a este episodio de su vida con sus amigas) no cambió nada en su realidad.

Esa experiencia fue la que marcó el inicio de una nueva ERA en su vida.

Porque ese fue el día en el que ella DECIDIÓ que nunca más volvería a sentirse de esa manera.

 

Esa mujer segura, decidida e inmigrante no es un personaje imaginario. 

 

Tú ya la conoces.

 

Esa mujer soy yo. Liseth Kingery.

 

Hablándote, no desde el pedestal, sino desde el lugar de quien cayó tan bajo que no tuvo otra opción que levantarse.

 

Gracias por leer hasta aquí . 

 

Usa esta historia, mi historia como recordatorio de que una vez que lo decides, es posible eliminar todas las barreras que están impidiendo la llegada de un amor extraordinario a tu vida.

Un amor real.

 

Y si eres nueva por aquí: ¡Bienvenida a casa!

 

Con amor, 

Liseth.